
Nunca fui al bar de los pájaros. No lo conozco. En realidad, no conozco muchos bares como el que describe Agustín Lucas. Tengo algún vago recuerdo de El Grúa y de la cantina de El Lituano para ir a buscar a algún amigo mal herido. Podría decirse que me falta boliche, estaño y porque no que me falta alguna borrachera… Aunque confieso que a veces me gustaría haber tenido todo eso. No lo niego. Pero no me avergüenzo de ello.
Tampoco conozco a Agustín Lucas. En realidad no lo conozco demasiado, aunque hayamos compartido un viaje de un montón de millas para entreverarnos en el pogo más grande del mundo. Sé que es futbolista, poeta y periodista. O, mejor dicho: que es un futbolista que escribe y que le fascina escribir poesía.
También que publicó varios libros, que lideró los inicios del colectivo Más Unidos que Nunca. Me consta que es Técnico en Gestión de Instituciones Deportivas y que disfrazado de Ladybug embarazada deleita a los comensales de la cantina del Villa. Sé que da talleres en las cárceles y que su viejo, en el Penal de Libertad, hizo uno de los goles más recordados en la historia del fútbol mundial en uno de los partidos más emocionantes de los que se tiene registro, y de los que no. Tanto así que él asegura haber visto ese gol.
Hace algunos meses lo vi caminando por 8 de octubre cerca de la escuela Sanguinetti. Iba con una bolsa de papel marrón en su mano izquierda. La cabeza siempre erguida, “la vista fija en un punto lejos, siempre evitando reflejos”. Con paso lento y seguro, concentrado como en esas caminatas interminables desde el medio de la cancha hacia el punto penal para definir la clasificación a la siguiente fase. (seguir leyendo en la 2da página)